Palabras de un Nadie: Cómo no ser un escritor famoso

Aback Villegas Prado reflexiona sobre el oficio de escribir y desmonta el mito del éxito literario. En su columna Palabras de un nadie, recuerda que la verdadera vocación no se mide en premios ni aplausos, sino en la capacidad de resistir al silencio, corregir mil veces y seguir escribiendo sin certezas.

Muchos creen que ser escritor es vivir entre aplausos, entrevistas y fotografías. Piensan que basta sentarse frente al computador y que, por arte de magia, las palabras saldrán solas hasta formar una obra maestra. Es sorprendente ver cuánta gente se lanza a escribir buscando reconocimiento y fama, convencidos de que la literatura es un atajo hacia la gloria personal. Algunos sueñan con ser el próximo Vargas Llosa sin haber leído más allá de un par de manuales de autoayuda; otros creen que el dinero y los premios son la medida del talento. Pocos entienden que escribir no se trata de brillar, sino de resistir.

Porque detrás de cada página terminada hay noches de insomnio, párrafos tachados una y otra vez, dudas que se multiplican y lágrimas que uno no sabe si son por el resplandor de la pantalla o por la impotencia de no poder escribir. Y cuando por fin algo sale bien, cuando un fragmento parece respirar por sí mismo, el escritor celebra como si el Perú hubiera ganado el mundial. Pero la mayoría de las veces son horas enteras de frustración, revisiones interminables y la constante sensación de no estar a la altura del propio deseo.

Luego llega lo verdaderamente tortuoso: corregir, editar, mostrar el manuscrito a los amigos, recibir críticas, participar en concursos y no ganarlos, mandar el texto a editoriales, recibir mensajes de rechazo, volver a revisar, volver a corregir… hasta que el libro es publicado o hasta que el autor, exhausto, decide guardarlo en una carpeta del ordenador. Sin embargo, incluso cuando el libro llega a publicarse, el trabajo no termina. Hay que moverse, buscar entrevistas, reseñas, presentaciones, viajar, insistir; hacer, en fin, la sucia pero necesaria labor de autopromoción. Si todo sale bien, alguien hablará de nosotros —con suerte— por un tiempo breve. Luego vendrá la época de sequía: nadie mencionará nuestro nombre hasta que publiquemos otro libro.

Y ahí es donde muchos pierden la cabeza. Algunos escritores se quedan atrapados en la ilusión del ego, en esa realidad paralela donde una reseña favorable, un like o un seguidor más en redes se confunde con el éxito. Comienzan a hablar con tono doctoral, a dictar sentencia sobre todo lo que se escribe o se lee, convencidos de que su opinión es verdad revelada. No hay peor enfermedad para un escritor que creerse importante. Porque la vanidad, cuando se disfraza de vocación, termina devorando lo poco que hay de auténtico en el oficio.

Publicar un libro puede cambiarte, sí. De pronto, las personas que antes te ignoraban te llaman “señor escritor” o “doctor”. Algunos hasta te miran con cierta admiración, como si hubieras descubierto la cura de una enfermedad. Pero luego hay que volver a la vida real: las cuentas por pagar, el trabajo cotidiano, los problemas familiares. Y entonces comprendemos que la literatura no es un refugio ni un pedestal, sino un ejercicio constante de resistencia. Escribir nos hace vulnerables, y en esa vulnerabilidad está la única verdad que vale la pena.

El verdadero escritor no es el que busca reflectores, sino el que soporta el silencio. El que sabe que, después del aplauso, vendrá el vacío, y aun así sigue escribiendo. La literatura no necesita iluminados ni héroes, sino gente dispuesta a trabajar en la oscuridad, a fracasar cien veces antes de encontrar una frase que valga la pena. Porque, más allá de los egos inflados, de los premios y las fotos, escribir es un acto solitario que nos enfrenta con lo que somos.

Ser escritor no tiene nada de romántico. Es trabajo, pura chamba. Y hay que tomárselo con humildad. Si un día alguien te dice que eres genial, el próximo Nobel, y que tu libro es lo mejor que se ha publicado en el Perú, haz la prueba: ve a la plaza de tu ciudad y pregúntale a diez personas si saben quién eres. Si todas te reconocen, felicitaciones. Si no, vuelve a casa, deja el ego a un lado y ponte a escribir. Eso, al final, es lo único que realmente importa.

Sobre el autor:

Editor, escritor, investigador y gestor cultural. Ha publicado artículos en revistas y periódicos nacionales e internacionales. Presidente de la «Asociación Cultural José María Morante» y miembro fundador de la editorial “Camarón Lector”. Director de “Pluma Editorial”, donde publicó colecciones de libros góticos, cuentos clásicos y mitológicos. Ha editado la antología «Camaná, te cuento», «Asociación Rolf Laumer» y participó en la antología «Historia de la Provincia de Camaná». Ha publicado los libros: «Ordinario», «Otro yo», «Salvador», «Camaná: el paraíso», «Galleros de Camaná» y «Camanejo soy». Su fábula «Camarón Tacudo» fue traducida al inglés y quechua. Fue galardonado por el Consejo Regional y el Gobierno Regional de Arequipa. La Municipalidad de Camaná lo distinguió como “Gestor Cultural” y fue condecorado por su trayectoria.