Palabras de un Nadie: Ya estoy viejo

En el Perú, la vejez no llega con los años, sino con la renuncia a la curiosidad. Mientras otros países viven la madurez como reinvención, aquí muchos la usan como excusa para no aprender, no cambiar y no crecer. Esta mentalidad derrotista convierte la edad en un límite cultural antes que biológico.

En este país la gente no solo se siente “vieja”: le encanta sentirse vieja. Es casi un deporte nacional. Mientras en otros lugares uno cumple sesenta años y recién empieza a planear viajes, aprender idiomas o abrir negocios, aquí a los treinta y pico ya caminan como si cargaran siglos en la espalda, hablan como si la vida les hubiera pasado por encima… cuando en verdad lo único que pasó fue la costumbre de rendirse temprano. Y lo peor es que muchos lo dicen con cierto orgullo, como si ser “viejo prematuro” fuera una medalla al mérito: “ya estoy viejo pues, qué quieres”. La muletilla favorita del que ya no quiere esforzarse ni un centímetro más.

A muchas mujeres les venden el paquete completo: después del primer hijo o de pasar los cuarenta, ya no toca cuestionar, aprender o reinventarse. “Ya eres señora”, les dicen. Señora para cocinar, señora para cuidar, señora para aguantar. Señora para todo, menos para seguir creciendo. Y claro, el entorno lo aplaude: una mujer que piensa demasiado siempre incomoda.

Con los hombres ni qué decir. Aquí la masculinidad criolla se disfraza de comodidad. Se instalan en el sillón como si fueran próceres cansados de liberar batallas imaginarias. Panza cervecera, opinología barata, cero curiosidad. Se refugian en el fútbol, en el noticiero chicha, en la rutina. Y cualquier intento de hacer algo distinto lo cortan con la frase más gastada del Perú: “ya no estoy para esas cosas”. Mentira. Claro que están. Lo que no tienen es ganas, y menos aún disciplina.

Mientras tanto, en muchas potencias económicas y culturales, la vejez no equivale al apagamiento, sino a un momento de cosecha, incluso de reinvención. Los viejos —que allá no se sienten viejos— siguen formándose, viajando, empezando negocios, haciendo maestrías, manteniendo una vida intelectual activa. Tienen metas, sueños, proyectos. Su horizonte se expande en lugar de encogerse. Aquí, en cambio, ser “viejo” se vuelve un refugio: la excusa perfecta para no estudiar, no leer, no cambiar, no enfrentar la incomodidad del crecimiento.

Y lo más gracioso —o trágico, según se vea— es que el mundo está lleno de ejemplos que ridiculizan nuestra mentalidad derrotista. Morgan Freeman, con 87 años, sigue actuando, narrando, creando. Jodorowsky abrió Twitter a los ochenta para jugar con el mundo digital, y a los 92 sigue dando cátedra de imaginación. Clint Eastwood dirigió películas impecables cerca de los 90; Jane Fonda, con 86, continúa haciendo activismo y cine; Isabel Allende publica novelas vigorosas a los 81; y Cher, a los 79, sigue cantando, bailando y llenando conciertos. Y no hace falta mirar tan lejos. Aquí mismo tenemos a Alfredo Bryce Echenique, que a sus 86 años sigue escribiendo con su estilo inconfundible; Mario Vargas Llosa, que a los 89 continuó publicando y reflexionando sobre literatura; Francisco Sagasti, que asumió la presidencia a los 76 con más claridad que muchos gobernantes jóvenes; y Marco Aurelio Denegri, que con más de 80 encima condujo el mejor programa cultural del país mientras medio Perú prefería el reality de turno. Ejemplos sobran; lo que falta es voluntad.

Entonces, ¿qué nos pasa?

¿Por qué aquí la gente envejece antes de tiempo? ¿Por qué tantos se declaran acabados cuando recién están arrancando?

La evidencia es clara: la vejez no es el problema; nuestro concepto de la vejez sí lo es. Aquí confundimos madurez con acabado, experiencia con agotamiento, descanso con resignación. Si de verdad quieres saber cuándo envejece una persona en el Perú, no mires su DNI: mira el día en que deja de tener curiosidad. Ese día —no antes— empieza la verdadera vejez. Todo lo demás es costumbre, excusa o pereza.

Porque en un país donde tanta gente muere en vida, el acto más rebelde, más radical, más necesario… es seguir despierto.

Sobre el autor:

Editor, escritor, investigador y gestor cultural. Ha publicado artículos en revistas y periódicos nacionales e internacionales. Presidente de la «Asociación Cultural José María Morante» y miembro fundador de la editorial “Camarón Lector”. Director de “Pluma Editorial”, donde publicó colecciones de libros góticos, cuentos clásicos y mitológicos. Ha editado la antología «Camaná, te cuento», «Asociación Rolf Laumer» y participó en la antología «Historia de la Provincia de Camaná». Ha publicado los libros: «Ordinario», «Otro yo», «Salvador», «Camaná: el paraíso», «Galleros de Camaná» y «Camanejo soy». Su fábula «Camarón Tacudo» fue traducida al inglés y quechua. Fue galardonado por el Consejo Regional y el Gobierno Regional de Arequipa. La Municipalidad de Camaná lo distinguió como “Gestor Cultural” y fue condecorado por su trayectoria.

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