Lector Beta. Ficciones en el valle y el mar

Dos autores moqueguanos reconfiguran el valle y el mar como territorios narrativos. Desde la memoria íntima hasta la vitalidad callejera, las obras de Gustavo Pino Espinoza y Yero Chuquicaña revelan un sur que no es paisaje: es herida, juego, afecto y escenario donde la ficción encuentra nuevas rutas.
Gustavo Pino y Yero Chuquicaña publican sus nuevos libros bajo el sello Aletheya en 2025, consolidando un circuito literario emergente en Moquegua.

En mis recuerdos, Moquegua aparece como un territorio de paso en los viajes de carretera. La ciudad y el valle como un punto para abastecerse, comer, tomar una siesta y luego seguir en la ruta al sur. Aunque con los años, esta región –con montaña, desierto, tierras de cultivo, muros antiguos, costanera, olas y puerto– se fue transformando en algo mucho más vital que solo ser una pausa en el camino. 

Tener amigos que escriben sus ficciones desde esos espacios, entre el valle y el mar, cambió esta perspectiva. Así, Moquegua dejó de ser paisaje y se convirtió en el escenario en donde habitan voces literarias a las que aprecio mucho, y en donde ocurren historias a las que vuelvo cada tanto. 

Uno de estos escritores de los que hablo es Gustavo Pino Espinoza (Moquegua, 1991), quien acaba de publicar su quinto libro Velero de papel (Aletheya, 2025). Estos relatos se ubican en su tierra natal y exploran la infancia y los afectos familiares, pero sin caer en la añoranza o el simple exorcismo sentimental. Aquí Gustavo desafía a la nostalgia y la idealización del pasado: mira hacia atrás no para salvarse, sino para desprenderse de lo vivido con dureza. Como narrador, toma una decisión mucho más madura: utiliza un prisma empañado por el paso del tiempo para asumir las grietas y traumas del presente.  

Sus dispositivos de la memoria son los objetos y los espacios cerrados. Un cuarto lleno de baúles en la casa familiar, una barreta para trabajar en la chacra, una piscina, un zaguán, o unas cartas heredadas del abuelo, sirven para desencadenar recuerdos y construir símbolos que ponen en movimiento sus ficciones. El cuento “Buick 1960”, en el que el narrador recuerda el viejo automóvil de su abuelo, es un buen ejemplo de esta estrategia. El automóvil no es solo un vehículo, es un artefacto emocional que guarda los golpes del tiempo, las aventuras en familia y los rituales que moldearon al narrador.

En el libro de Gustavo la infancia no es un paraíso perdido. Más bien, es donde se originan heridas que se arrastran en la adultez. Eso puede verse en el relato “Velero de papel”, uno de los más extensos del conjunto. Aquí el narrador regresa a su pueblo natal, un balneario en el sur, y se reencuentra con una amiga de infancia. Juntos recorren el pasado y mezclan su añoranza por los juegos de barrio con la perversidad y violencia contenida. Más que melancolía, se trata de explorar la herida. Los recuerdos para sus personajes se transforman en una carga densa, que nos envuelve con dolor y arrepentimiento. Una niebla pesada que acecha nuestro presente. 

Si Gustavo vuelca su mirada hacia el interior de sus personajes en Velero de papel, otro amigo escritor en el mapa moqueguano, Yero Chuquicaña (Ilo, 1990), mira hacia el exterior, hacia la calle, el ruido y los amigos en el puerto. Este año, Yero publicó la edición especial por los 10 años de Falsos cuentos (Aletheya, 2025), que reúne los volúmenes Taca-Taca, Air-Max 180, Chicito y el inédito Walkman. 

Yero sitúa estos relatos de muchachos y muchachas en el Ilo de los 90, una época sin esperanza y con carencias. Y apuesta por un lenguaje lúdico, lleno de energía juvenil y callejera para contarnos sobre partidos de fulbito de mano, recorridos por el mercado Pacocha, amores en el arenal y apuestas por conseguir las mejores zapatillas importadas. Fervor adolescente, irreverente y vital, con el soundtrack de Arctic Monkeys y otros éxitos del brit pop como atmósfera.

Uno de los logros de Yero es que sientes complicidad con sus historias. Sus narradores bien podrían ser tus amigos de hace años, y con esa confianza te sumerges a su lado dentro del barrio y el malecón, mientras te lanzan más anécdotas y te hacen reír, llorar o enfurecer. Yero también tiene la capacidad de hacer encantadora la mentira. Y así duela, te crees todo lo que te está contando. En estos cuentos, su mirada hacia el pasado tampoco cae en la indulgencia o la dulcificación. Entre las risas también quedan heridas que arrastramos hacia la vida que nos queda por delante. Como dice uno de sus personajes al inicio de “Falso romance”: cuando estés viejo y esto sea un recuerdo, vas a cagarte de risa. Lo recordarás como un juego de niños. Como huevadas lindas. Una abolladura detrás de la sonrisa. 

Acá les comparto parte de la obra de dos autores que escriben desde el valle y el mar, la neblina y la calle. Desde la intimidad y la irreverencia. Dos voces amigas, de las muchas otras que ahora están escribiendo desde esa región sureña. Voces que han convertido a Moquegua en un destino obligado en mi itinerario como lector. 

Sobre el autor

Jorge Malpartida Tabuchi (Arequipa, 1990). Periodista, escritor y docente universitario. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UNSA. Maestro en Escritura Creativa por la PUCP. Autor del libro de cuentos “Contra toda autoridad, excepto…” (Aletheya, 2024), y de “Patato: el goleador humilde que miraba al frente” (2018), crónica sobre Eduardo Márquez, ídolo del FBC Melgar. Fue reportero y editor en La República, Sin Fronteras y El Comercio. Se especializa en periodismo cultural y el estudio de la cultura pop y digital. Publicó relatos en las revistas “El gran cuaderno” (Argentina) y “Espinela” (Perú). Creador y conductor del podcast de literatura “Lector Beta”. Enseña periodismo y escritura creativa en universidades de Arequipa y Lima.